Pedro Pablo Oliveros Rodríguez
Varios son los sueños cumplidos de este barranquillero: ser profesional, especializarse en un área del Derecho, formar un hogar con una buena mujer y tener con ella cuatro excelentes hijos, que se multiplicaron con siete nietos.
Pedro Pablo Oliveros Rodríguez tiene nombre como de telenovela, pero él es muy aterrizado y real. Con buen humor, les sale con ocurrencias a sus compañeros de trabajo y les provoca carcajadas.
Es asesor jurídico de la Secretaría Distrital de Planeación. Elabora conceptos relacionados con la interpretación y aplicación de las normas urbanísticas previstas en el Plan de Ordenamiento Territorial – POT, en armonía con las disposiciones nacionales, sobre el derecho urbano.
Ingresó a la Alcaldía de Barranquilla en 1990 en la Secretaría de Planeación. Desempeñó funciones en la Oficina de Vivienda y Control (antes adscrita a Planeación), fue secretario de despacho y actualmente es asesor.
Estudió y se convirtió en lo que deseaba ser. Es abogado, especialista en Derecho Administrativo. Ha permanecido en el sector público desde 1998 y empezó ese camino en el Ministerio Público. Considera que la mayor ventaja de su profesión y labor diaria es “estar en la búsqueda y logro de lo justo”.

Desde 1990 está vinculado a la Secretaría de Planeación.
Una gran familia
Planificó a sus descendientes motivado e inspirado por lo que vivió en su infancia. Creció en un ambiente de compañerismo, obediencia y disciplina. Sus padres tuvieron diez “bendiciones”, y las compras, entonces, se realizaban por docenas. Reconoce que fue una buena experiencia, que le brindó las bases sólidas sobre las cuales ha construido su propia familia.
Adora a su esposa, Carmen Eusse Marino. Tienen 43 años de casados. Se conocieron en una asociación religiosa. Su secreto para conservar vivo el amor es el sentido de responsabilidad, acompañado de demostraciones de afecto. Siempre salen a celebrar cumpleaños, aniversarios de bodas, y le regala flores, entre otros actos de cuidado que intencionalmente realiza para mantener la llama encendida. Conserva un anillo que ella le regaló, estando de amores, y lo lleva siempre puesto como un gran recordatorio de fidelidad.
Disfruta de los noticieros, la música y los programas de humor en radio y televisión. Es juniorista y visitante frecuente del Gran Malecón, porque le parece encantador el paisaje del río, la alegría y el ambiente que hace la gente que lo transita, la buena comida y considera que es un hito en la ciudad. Sus playas favoritas son las de Barú, en Cartagena, y las cercanas a Juan de Acosta y Tubará. Asistir a una reunión familiar o con amigos, ir a playa, o a comer pescado frito o carne asada son deleites para él.
Además de pensionarse, en unos años se ve recorriendo el mundo para ir a visitar a sus hijos y nietos en Canadá y Alemania, al son de la salsa clásica de Ricardo Ray, o del Grupo Niche, dispuesto a servir a su familia, porque considera que “quien no vive para servir, no sirve para vivir”.